30 de julio de 2013

El valor de unas manos en Santiago de Compostela


Es algo que siempre me ha llamado mucho la atención: la necesidad que tenemos de dar la mano al de al lado cuando sufrimos o sufre. Recuerdo el tiempo que pasaba dando la mano a mi abuelo moribundo, cuando yo tenía 12 años. ¡Se transmite tanto cariño y le llega a uno tanto! Y cuando una tragedia como la de Santiago de Compostela nos golpea el corazón de tal forma que nos cuesta hasta respirar, vuelvo a fijarme en las manos...

Las de los heridos tendidos en el suelo, siempre con alguien al lado que le da la mano... Presumo que en muchas ocasiones son personas totalmente desconocidas, esos vecinos o transeúntes que han acudido al primer golpe de terror para ayudar en lo que puedan. Imagino el consuelo tan grande que debe ser el tener a alguien que te coge la mano en medio de la angustia, el miedo y el dolor.

Y las manos, y los brazos, que le sacan a uno del infierno cuando se encuentra atrapado entre el amasijo de hierros, sepultado bajo sillones, maletas, cuerpos de personas ya fallecidas... ¡Qué manos tan generosas! Y luego las manos de los que no pueden más, de ese bombero que las entrelaza, exhausto, sentado en las vías del tren, sobre su regazo, en un acto de recogimiento.

Y también pienso en las manos del maquinista, también entrelazadas, esposadas, bajo el mentón, en actitud de ¿pedir perdón?, ¿rezar?... Esas manos que deberían haber mantenido el control del tren, pero a las que un "despiste" o lo que fuera que fue dejaron 'fuera de juego'. Yo me despisté una vez en un atasco mirando el móvil y le di un golpe al de delante. Nos puede pasar a cualquiera.

Pero cargar con 79 muertos es demasiado. No querría estar en el pellejo del conductor, que ya desde el minuto uno supo que había hecho algo muy grave. Lo reconoció, lo que agrava su pesar hasta límites inimaginables. Y trató de evitar la tragedia, pero ya era tarde.

Manos esposadas, manos heridas, manos que ayudan, acarician, calman... Una pena infinita que haya habido, también, tantas manos muertas. ¡Si pudieran recibir el cariño de todas las nuestras...!

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