Ha sido el juicio del siglo, con permiso del de Marta del Castillo. José Bretón, ese hombre con ojos y mirada indefinible, ha sido declarado culpable del asesinato de sus dos hijos Ruth y José, de 6 y 2 años. Asesinato, que no homicidio. Porque se ha determinado que hubo alevosía y que Bretón lo hizo para vengarse de su mujer, para hacer daño.
Es un clásico de estos crímenes: padres que matan a sus hijos para hacer daño al cónyuge. Es la maldad en estado puro. No son enfermos, no tienen sus facultades volitivas y cognitivas mermadas. Son malvados a los que el odio al otro les ciega y acaban por instrumentalizar a los niños y usarlos como arma arrojadiza.
Y en España, casos los ha habido, como las meigas. Como el de la parricida de Santomera que mató a sus dos niños pequeños con el cable de un cargador de móvil llevada por los celos hacia su marido. Pero lo de Bretón va a más. Porque además hizo desaparecer a sus niños quemándolos en una hoguera como si de una pira funeraria se tratara. Para que no quedara ningún rastro. Para que Ruth, su madre, viviera en el más horroroso de los infiernos toda su vida..
Todo esto es lo que ha dicho el jurado que ha pasado. Repito: lo que ha dicho el jurado que ha pasado. Quede claro que no seré yo quien defienda a Bretón. Todos los indicios, absolutamente todos sin excepción, apuntan a él. Le señalan sin equívocos: su forma de ser, sus ansias de venganza hacia su mujer, las cámaras de esa tarde que no registraron la llegada de los niños al parque donde supuestamente desaparecieron, la hoguera... Todos.
Pero lo cierto es que no hay ni una sola prueba concluyente de su autoría. Repito: ni una sola prueba concluyente. Y los huesos de la hoguera, que al principio eran de ratones y un año después pasaron a ser de humanos, en concreto de niños, en un giro casi surrealista de la investigación, tampoco han arrojado datos fiables. Porque de tan quemados que estaban ha sido imposible extraer el ADN, lo único que habría podido constatar que esos huesos son de los pequeños Ruth y José.
Y a falta de cadáveres, bastaría una confesión del sospechoso, como sí la hubo en el juicio de Marta del Castillo. Pero en el caso de los niños de Córdoba, tampoco la hay. Bretón siempre se ha mantenido en su versión inicial de los hechos: que los perdió en un parque de Córdoba.
No hay confesión autoinculpatoria, no hay cadáveres de niños, no se ha determinado la forma de la supuesta muerte (y entonces, ¿la alevosía que ha determinado que es asesinato y no homicidio de dónde proviene?)... Pero el jurado ha tenido claro que los mató y los quemó en la hoguera. Y por unanimidad: culpable.
Todos los indicios apuntan a José Bretón y a una muerte de los niños. De eso no hay duda. Pero, ¿y las pruebas? Los jueces son conscientes de que tienen que impartir justicia siempre en base a unas pruebas, y no unos indicios, al margen de las sensaciones que ellos tengan. Pero, ¿y el jurado popular? ¿Tendremos que volver a poner en duda la labor del jurado? ¿Acabaremos viviendo un nuevo caso Rocío Wanninkhof-Dolores Vázquez-Tony King?
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