5 de abril de 2017

Pueblos marcados por los crímenes


Es inquietante que haya pueblos en España en los que, a lo largo de la historia reciente, se hayan producido varios episodios criminales. No sé si podrá haber una explicación científica al hecho de que a vecinos de una misma localidad les dé por cometer algunos de los crímenes más sonados de la crónica negra de nuestro país. Pero el hecho es que ha sucedido. El último caso, el de Campo de Criptana. Pero no ha sido el único, porque en cuanto oigo lo que recientemente ha pasado en esta localidad de Ciudad Real me acuerdo de Santomera, en Murcia, y no puedo dejar de pensar en que vaya casualidad.

Paraje en el que se encontró el cadáver de Inmaculada Arteaga.
Lo de Campo de Criptana es sonadísimo porque en este pequeño municipio de apenas 15.000 habitantes y en el que según ‘la wikipedia’ se conservan una buena muestra de molinos de viento como los que Don Quijote confundió con gigantes, se llevó a cabo la primera gran recogida masiva de ADN en España para tratar de resolver el asesinato de Inmaculada Arteaga. Fue la noche del 17 de marzo de 2001 cuando a esta niña de 14 años le aplastaron el cráneo en un descampado de la localidad. La investigación de la Guardia Civil no daba frutos y la gente comenzaba a ponerse nerviosa. Habían pasado años y nadie daba con el asesino de Inmaculada. Hasta que se decidió someter a la prueba del ADN a todos los jóvenes (y algunos no tanto) de la localidad y alrededores. Hasta un total de 350 se prestaron a que los agentes les pasara un bastoncillo blanco por las encías para extraer una muestra de su identidad genética, usando una técnica que tan exitosos resultados policiales ha dado. Y así fue como cayó Santiago Q.R., 5 años después del crimen, un “chico normal de una familia trabajadora”, frase hecha que no dice absolutamente nada, que aquella noche, ante la negativa de Inmaculada a mantener relaciones con él, enloqueció. Reconoció los hechos y fue condenado a 14 años de prisión.

La semana pasada, la localidad manchega volvía a ser el escenario de un brutal crimen: Ana María, de 42 años, y sus hijos Daniel y Paula, de 8 y 5 años respectivamente, fueron asfixiados hasta la muerte por el marido y padre de las criaturas, Manuel, que después se suicidó lanzándose por la ventana. No se sabe qué permitió que la tragedia no fuera a más, ya que antes de saltar, Manuel abrió al espita del gas de la cocina para que todo el vencindario volara por los aires.

Campo de Criptana. Y luego está Santomera, en Murcia. Aquí, una noche de primavera de 2008, Ángel salió del bar que regentaba con la cabeza de su madre debajo del brazo y se paseó por todo el pueblo mientras la acariciaba y le decía “Ahora estás callada… Cuánto te quiero”. Es el descuartizador de Santomera, al que su propia madre temía, tanto que fue  a un programa de televisión a pedir ayuda para su chico esquizofrénico y a decir que si no, cualquier día la mataba. Y vaya si se cumplió.
 
La parricida de Santomera, junto a su marido en el entierro de sus hijos.
Unos años antes, en 2002, una mujer rota de dolor enterraba a sus dos hijos pequeños, de 6 y 4 años, que habían sido estrangulados con un cable de cargador de móvil en su casa de esta misma localidad murciana. Pero la Guardia Civil está casi convencida de que tras la venda con la que se tapa una de sus manos están las heridas de defensa de sus propios hijos, y tras el sepelio, es detenida. Paquita, que así es como se llama la parricida, actuó en lo que en el argot criminalístico se conoce como síndrome de Medea, esto es, matar a los propios hijos para hacer daño al marido-padre en un ataque de celos. Eso sí, plenamente consciente de sus actos y sabiendo distinguir entre el bien y el mal. Porque no todo el que mata está loco. El malo existe. Paquita fue condenada a 40 años de cárcel, y el año pasado disfrutó de su primer permiso carcelario.