Vistas desde mi autobús |
Esta mañana en la parada del autobús de camino al trabajo (media hora por delante para leer novelas -ahora estoy con "Dime quién soy", de Julia Navarro-, echar un ojo a los digitales, meditar o incluso dormir, y por eso siempre diré que bendito transporte público, y más si es desde tu pueblo, a 40 kilómetros de Madrid capital) pues me ha dado por pensar que qué alegría reencontrarme, aunque sólo sea visualmente, con la gente de siempre de la parada. Porque tras el parón veraniego, volver a la rutina es una cuestión de seguridades: los horarios, el trabajo, la gente... Y sí, me da alegría volver a ver a los de la parada, aquellos con los que coincido en horarios para bajar a Madrid. Y también me da seguridad.
Está el argentino, que ya es de mediana edad pero va vestido tipo adolescente, con sus sudaderas con capucha y todo eso. Baja por una cuesta que hay frente a la parada; esta mañana, a las 7, venía tomando algo de desayuno envuelto en papel albal. "Buenos días". Ah, sí, porque todos nos decimos buenos días, y eso me gusta mucho. Ya se establece una corriente de simpatía. El argentino hoy ha venido solo pero a veces lo hace con su chica, y otras, con un amigo que se debe encontrar por el camino. Muy agradable.
Luego está el del maletín. Es un señor con muy buena planta que llega de una cuesta a mano izquierda (por donde yo bajo también) y que siempre va fumando. Esto me da mucha envidia porque a pesar de llevar 10 años sin fumar, cada día lo sigo echando de menos. Él va siempre trajeado, con su maletín, pero una vez me pasó que salí antes y le vi sacando a su perro vestido 'de calle'. Y otra vez, y esto ya me dejó muerta, coincidimos saliendo de mi urbanización: ¡es vecino mío! Pues esto me da todavía más seguridad.
Hay otra chica que es altísima y muy estilosa. Tiene un vestuario bien surtidito y combina todo fenomenal. Va siempre a la última, como una modelo de Zara. Cuando me toca a su lado en la fila es una risa porque yo tendré otras cosas pero gracia para vestir... Es bastante seria pero como es de las de siempre, pues me gusta. Ella también fuma, aunque alguna vez me la he cruzado haciendo las dos running por la dehesa.
La cooperante me encanta. Es una chica muy simpática que se sube también en mi parada y aprovecha los trayectos del autobús para llamar a amigas y consolarlas en sus malos momentos, darles consejos, animarlas... Es súper positiva y jamás se queja ni critica, que es lo que hace gran parte de la gente que habla por teléfono en los autobuses, normalmemte a grito pelado. Esta chica es serena.
Cuando los autobuses vienen llenos y no paran, todos nos enfadamos y comentamos, negros, la fatalidad. "Es que no hay derecho, que pongan más autobuses, hombre, han pasado ya tres y no paran...". Todo es por culpa de los chavales del instituto, que los llenan a pesar de que se bajan dos paradas más adelante, pero ya no nos dejan subir a los que vamos a Madrid... A veces, hay vecinos de parada (ninguno de los habituales), que se enfadan tanto que pierden los papeles y se ponen delante del autobús al estilo plaza de Tiananmen para obligar al conductor a coger pasajeros. Por suerte, nunca pasa nada más allá del cabreo del cabreado.
Hay un señor mayor que se ha incorporado recientemente a la parada que es de los que se disgustan visiblemente a la mínima. Un día que estaba ya harto, y a mí me estaba poniendo muy nerviosa, paró de repente un coche que bajaba a Madrid, y que si se subía alguien con él para poder meterse por el Bus-Vao. ¡Gracias a Dios! ¡Se subió el gruñón tan contento!
Dentro del autobús también hay caras conocidas. Me gusta mucho sentarme al lado de un chico que siempre va leyendo en un ebook. Quizás fue él el que me inspiró para pedir uno por mi cumple hace ya un par de años o tres contraviniendo las costumbres familiares, que no contemplan un sólo regalo bueno sino que cada uno hace el suyo, normal. Porque él iba tan ligero con su kindle y yo, cargada con libros enormes y pesados, además del bolso, el taper, el cuaderno (defecto profesional), el mini neceser... Él me transmite sosiego. Me gusta mucho la gente que lee en el transporte público y me da por pensar en qué mundos andarán metidos. Este chico también va trajeado y siempre cuida mucho que la chaqueta no se le arrugue estando sentado.
Hay otro -con este ya no coincido tanto- que se repasa en su tablet toda la prensa económica. Otro, que mira la prensa generalista. Aunque lo normal es que la gente vaya mirando su Instagram o escuchando música que oímos todos porque de verdad qué mal hacen los auriculares ahora o qué sorda está la gente.
Hay una conductora que me chifla. Esta sí que es la alegría de la huerta. Qué gusto da encontrate con gente tan motivada en su trabajo. Hubo una noche que al volver a casa coincidió con los fuegos artificiales de las fiestas y se puso a 10 por hora para que pudiéramos verlos: "¡¡Vaya viaje que tenemos, hasta fuegos artificiales os he preparado!!", nos dijo. Vamos, es la leche, ¿sí o no?
Y luego, por encima de todos ellos, está José. JOSÉ con mayúsculas porque este sí que vale. Ahora está de baja por una operación y cómo le echamos todos de menos. José (o bueno, /Jose/, pronunciado así sin tilde que es como más nuestro) es el chico que está en el intercambiador organizando, con una eficacia que roza la perfección, a los autobuses y a los pasajeros. Vela por que salgan a su hora, con toda la gente bien sentada y acomodada, y por que los pasajeros no nos apelotonemos y mantengamos el orden de acceso al autobús. Y seguro que hace un montón de cosas más de las que uno no se da cuenta pero que todas ellas son imprescindibles para que todo funcione. Amable, simpático, respetuoso, correcto, trabajador... Un crack. ¡Vuelve pronto, porfa!
Todos estos son mis compañeros de todos los días, es como mi 'familia del autobús', aunque en el fondo no sé nada de ellos. Qué vidas tendrán, en qué trabajarán... ¿A qué hora se levantan? ¿Son de aquí de toda la vida? ¿Tienen hijos? ¿Anoche se disgustaron en casa? ¡O a lo mejor alguien les dio una gran alegría! ¿Será hoy su cumpleaños? ¿Se les han muerto ya sus padres? ¿En qué estarán pensado cuando se quedan mirando al infinito en la parada, o por la ventanilla ya dentro del autobús? ¿Son felices?