21 de noviembre de 2013

Letizia ya no es Letizia

Siempre quise escribir sobre esto: el cambio radical de Letizia. Y ahora ya tengo la excusa perfecta porque además creo que ha perdido el norte. A su cambio asombroso de cara (cada vez se parece más a Rania de Jordania que a ella misma) se suma el vestido con transparencias en la espalda que ha lucido en una de sus cenas en el viaje que acaba de hacer a Estados Unidos, más propio de una que va a recoger el Oscar (y ya casi ni eso, que al otro lado del charco hasta a las actrices les piden recato en las galas) que de una futura reina de España, por mucho Felipe Varela que sea.

Lo del cambio de cara cada vez lo entiendo menos. ¡Pero si era mona! Se pintaba bien los ojos, era expresiva, se peinaba bien... Ahora, al margen de lo flaca que está (tanto que hasta hace feo cuando va con vestidos tan aireados), junto con las arrugas le han desaparecido los labios, le ha aparecido mandíbula al quedarse con menos barbilla, tiene unos pómulos que parece una marioneta y no se le mueve ni un sólo músculo de la cara cuando sonríe de lo estirada que la tiene.

Una vez leí un estudio que habían hecho en Estados Unidos en el que constaban que había muchos niños con problemas emocionales debido a que sus madres, de tan operadas como estaban, no podían mostrar nada con sus rostros: ni alegría ni tristeza ni enfado ni miedo ni felicidad ni paz... Nada. A lo mejor es que Letizia ha decidido que para no poner caras (porque a ella eso de trabajar como princesa le agota y no le gusta nada salirse de su horario), mejor se la deja inerte y así no tiene que preocuparse.

Creo que Letizia aún no sabe cuál es su sitio: no es una estrella que tenga que lucirse, es una señora que se ha casado con un príncipe que un día, en principio, será Rey y la función que a ella le corresponde es la de trabajar por su país y representarlo fuera. A ver, aparente tiene que ser, pero ¡ya lo era! ¿Para qué cambiarse a otra?

Por cierto, maravillosa esta galería de fotos de El Mundo con el antes y el después de Letizia. Adjunto una muestra muy ilustrativa.


30 de julio de 2013

El valor de unas manos en Santiago de Compostela


Es algo que siempre me ha llamado mucho la atención: la necesidad que tenemos de dar la mano al de al lado cuando sufrimos o sufre. Recuerdo el tiempo que pasaba dando la mano a mi abuelo moribundo, cuando yo tenía 12 años. ¡Se transmite tanto cariño y le llega a uno tanto! Y cuando una tragedia como la de Santiago de Compostela nos golpea el corazón de tal forma que nos cuesta hasta respirar, vuelvo a fijarme en las manos...

Las de los heridos tendidos en el suelo, siempre con alguien al lado que le da la mano... Presumo que en muchas ocasiones son personas totalmente desconocidas, esos vecinos o transeúntes que han acudido al primer golpe de terror para ayudar en lo que puedan. Imagino el consuelo tan grande que debe ser el tener a alguien que te coge la mano en medio de la angustia, el miedo y el dolor.

Y las manos, y los brazos, que le sacan a uno del infierno cuando se encuentra atrapado entre el amasijo de hierros, sepultado bajo sillones, maletas, cuerpos de personas ya fallecidas... ¡Qué manos tan generosas! Y luego las manos de los que no pueden más, de ese bombero que las entrelaza, exhausto, sentado en las vías del tren, sobre su regazo, en un acto de recogimiento.

Y también pienso en las manos del maquinista, también entrelazadas, esposadas, bajo el mentón, en actitud de ¿pedir perdón?, ¿rezar?... Esas manos que deberían haber mantenido el control del tren, pero a las que un "despiste" o lo que fuera que fue dejaron 'fuera de juego'. Yo me despisté una vez en un atasco mirando el móvil y le di un golpe al de delante. Nos puede pasar a cualquiera.

Pero cargar con 79 muertos es demasiado. No querría estar en el pellejo del conductor, que ya desde el minuto uno supo que había hecho algo muy grave. Lo reconoció, lo que agrava su pesar hasta límites inimaginables. Y trató de evitar la tragedia, pero ya era tarde.

Manos esposadas, manos heridas, manos que ayudan, acarician, calman... Una pena infinita que haya habido, también, tantas manos muertas. ¡Si pudieran recibir el cariño de todas las nuestras...!

29 de julio de 2013

El Papa que habla claro


El Papa atiende a un periodista en el avión de vuelta a Roma tras la JMJ
Ahora parece que el Papa, y con ello la Iglesia, se está abriendo al mundo... Vaya, qué curioso. Porque la realidad es que la Iglesia viene diciendo lo mismo desde que el mundo es mundo, y su doctrina se ha mantenido siempre inalterable a pesar de los vaivenes que ha sufrido a lo largo de la historia (puesto que la forman hombres, y los hombres erramos SIEMPRE).

El problema está en quien quiere escuchar lo que quiere escuchar. Leo en El Mundo que lo que ha dicho el Papa Francisco en el avión de vuelta a Roma tras la JMJ (enlazo a El País, que ha transcrito la entrevista entera en ejercicio periodístico muy de agradecer) es una especie de 'milagro', un cambio de rumbo: que por qué se va a juzgar a los gays por el hecho de serlo. La realidad es que esto no es nada nuevo. Simplemente, el Papa explica el Catecismo. Quizás es que los que dicen esto, o los que creen otras cosas, nunca habían leído el Catecismo.

"La Iglesia acoge sin condiciones (ojo, ¡sin condiciones!) a las personas que presentan tendencias homosexuales. No deben ser discriminadas por ello. Al mismo tiempo, la Iglesia afirma que todas las formas de encuentros sexuales entre personas del mismo sexo no corresponden al orden de la creación". O sea, lo que no está bien no es que uno sea gay, sino que se practiquen relaciones homosexuales. Vamos, exactamente igual que lo que ocurre con las relaciones prematrimoniales. Cada uno, a guardar la castidad según su estado.

Y en otro punto dice el Catecismo: "La Iglesia cree que el hombre y la mujer, en el orden de la creación, están hechos con necesidad de complementarse y para la relación recíproca, para que puedan dar la vida a sus hijos. Por eso la Iglesia no puede aprobar las prácticas homosexuales. Pero los cristianos deben respeto y amor a todos los hombres, con independencia de su orientación sexual, porque todos los hombres son respetados y amados por Dios".

El Papa Francisco tiene algo genial: que habla muy claro. Y es muy de agradecer, porque se le entiende. Lo que no quiere decir que diga nada nuevo cuando asegura que no hay por qué juzgar a un gay, "si busca al Señor y tiene buena voluntad". Exactamente igual que a cualquier otra persona.

12 de julio de 2013

José Bretón, ¿culpable?

Ha sido el juicio del siglo, con permiso del de Marta del Castillo. José Bretón, ese hombre con ojos y mirada indefinible, ha sido declarado culpable del asesinato de sus dos hijos Ruth y José, de 6 y 2 años. Asesinato, que no homicidio. Porque se ha determinado que hubo alevosía y que Bretón lo hizo para vengarse de su mujer, para hacer daño.

Es un clásico de estos crímenes: padres que matan a sus hijos para hacer daño al cónyuge. Es la maldad en estado puro. No son enfermos, no tienen sus facultades volitivas y cognitivas mermadas. Son malvados a los que el odio al otro les ciega y acaban por instrumentalizar a los niños y usarlos como arma arrojadiza.

Y en España, casos los ha habido, como las meigas. Como el de la parricida de Santomera que mató a sus dos niños pequeños con el cable de un cargador de móvil llevada por los celos hacia su marido. Pero lo de Bretón va a más. Porque además hizo desaparecer a sus niños quemándolos en una hoguera como si de una pira funeraria se tratara. Para que no quedara ningún rastro. Para que Ruth, su madre, viviera en el más horroroso de los infiernos toda su vida..

Todo esto es lo que ha dicho el jurado que ha pasado. Repito: lo que ha dicho el jurado que ha pasado. Quede claro que no seré yo quien defienda a Bretón. Todos los indicios, absolutamente todos sin excepción, apuntan a él. Le señalan sin equívocos: su forma de ser, sus ansias de venganza hacia su mujer, las cámaras de esa tarde que no registraron la llegada de los niños al parque donde supuestamente desaparecieron, la hoguera... Todos.

Pero lo cierto es que no hay ni una sola prueba concluyente de su autoría. Repito: ni una sola prueba concluyente. Y los huesos de la hoguera, que al principio eran de ratones y un año después pasaron a ser de humanos, en concreto de niños, en un giro casi surrealista de la investigación, tampoco han arrojado datos fiables. Porque de tan quemados que estaban ha sido imposible extraer el ADN, lo único que habría podido constatar que esos huesos son de los pequeños Ruth y José.

Y a falta de cadáveres, bastaría una confesión del sospechoso, como sí la hubo en el juicio de Marta del Castillo. Pero en el caso de los niños de Córdoba, tampoco la hay. Bretón siempre se ha mantenido en su versión inicial de los hechos: que los perdió en un parque de Córdoba.

No hay confesión autoinculpatoria, no hay cadáveres de niños, no se ha determinado la forma de la supuesta muerte (y entonces, ¿la alevosía que ha determinado que es asesinato y no homicidio de dónde proviene?)... Pero el jurado ha tenido claro que los mató y los quemó en la hoguera. Y por unanimidad: culpable.

Todos los indicios apuntan a José Bretón y a una muerte de los niños. De eso no hay duda. Pero, ¿y las pruebas? Los jueces son conscientes de que tienen que impartir justicia siempre en base a unas pruebas, y no unos indicios, al margen de las sensaciones que ellos tengan. Pero, ¿y el jurado popular? ¿Tendremos que volver a poner en duda la labor del jurado? ¿Acabaremos viviendo un nuevo caso Rocío Wanninkhof-Dolores Vázquez-Tony King?