7 de octubre de 2015

Sí a la muerte digna

Cuando mi abuela murió llevaba años enganchada a una máquina. La que le suministraba el alimento y le mantenía la hidratación. Ya no se levantaba de la cama, no hablaba y no se podía mover. Enfermedad neurodegenerativa. Casi un vegetal. Pero le decías: "Yaya, ¿estás contenta? ¡Pues a ver esa sonrisa!", y salía de su extraño letargo, te miraba y se esforzaba por sonreírte. Se la podía haber desconectado perfectamente de esa máquina que le daba de comer y muchos hubieran pensado que "claro, total, para estar así, mejor morirse, que se vaya dignamente, hombre, que ya ha sufrido bastante, en fin, tiene ya noventa y tantos años, la guerra, el hambre, y ahora así, que no puede ni hablar... Tiene derecho a descansar, hombre, ya está bien". Y es verdad. Había vivido mucho, había sufrido mucho.

Pero si se la hubiera dejado "morir dignamente", mi abuela hubiera muerto, con premeditación y a propósito, de hambre y de sed, vamos, de inanición. Lo cual, por otro lado, es muy indigno. La dignidad se tiene sólo por el hecho de ser persona, no por sus circunstancias vitales. No es menos digno un pobre que un rico, como tampoco lo es un enfermo que un sano. La persona es valiosa en sí misma. Pero además, ella y nosotros habríamos perdido tanto... No se habrían curado heridas, cerrado etapas, abierto nuevas puertas a los amores y cariños de madre, de hijo, de nietos... No habría muerto en paz. Mi abuela, sin poder moverse ni hablar y enganchada a una máquina que le daba de comer, hizo mucho más de lo que nadie se puede imaginar. Sólo los que estuvimos cerca lo sabemos. Y se sintió muy querida, cuidada y atendida.

El sufrimiento es difícil de entender porque nos violenta en lo más profundo de nuestro ser. Pero es inevitable. Existe. Y engrandece vidas. Es injusto privarle a alguien de la vida, y privarse de esa vida maravillosa que tanto puede dar a los seres queridos, aún desde una cama y con dolor, hasta su muerte no provocada. Lo digo porque lo he visto. Eso sí que es una muerte digna.

23 de julio de 2015

La matanza de Utoya desde una redacción

Aquel 22 de julio de 2011, unos pocos peleábamos por ir puliendo Teinteresa.es, el nuevo medio digital que Alex Sopeña lanzaría dos meses después. Hacíamos el equivalente a los 'números cero' de la prensa escrita. Era viernes, a la hora de la comida. De repente, las agencias empiezan a escupir sangre: ha estallado una bomba en una zona de edificios gubernamentales del centro de Oslo. En Noruega, el país en el que los agentes de Policía no iban armados porque no había amenaza ninguna, se desata el caos. Nos pegamos a las agencias y a las teles, que empiezan a dar ya en directo imágenes del lugar del estallido. Los primeros heridos, los primeros testimonios... Estás a 200 por hora, el cuerpo se tensa y todos los sentidos se concentran en la noticia, como sólo a un periodista le pasa cuando algo gordo hay entre manos. Nos ponemos a escribir como locos, a ir rascando informaciones de un sitio y otro: ocho muertos, la mayoría funcionarios, además de 30 heridos.

Cuando la situación, creemos, está informativamente controlada y ahora, después de que hayas generado toda la adrenalina de la que tu organismo es capaz, comienzas a profundizar en los primeros titulares que has ido dando, algo pasa no muy lejos de Oslo, en una pequeñísima isla, Utoya, en la que hay acampados, como suelen hacer todos los años, decenas de chavales de las juventudes del Partido Laborista Noruego (AUF), que por cierto es quien está en el Gobierno. Otra vez la tensión, los nervios a flor de piel, la vista fija de nuevo en las teles, en el chorro de teletipos de las agencias... Aunque Teinteresa aún no está visible, trabajas como si sí, y tienes que ser el primero en contar lo que pasa y en dar algún 'Urgente'.

Y lo que pasa es espeluznante. Una cacería humana en la isla, una matanza cometida por el mismo individuo que ha hecho estallar, apenas dos horas antes, la bomba en Oslo. Anders Behring Breivik. Armado hasta los dientes. Vestido de policía. Que ha cogido una barca y ha cruzado a la isla, y que según ha puesto el pie en ella, ha comenzado a disparar, a la cabeza preferiblemente, a todo el que se interpusiera en su camino. Y a los que no, porque también los ha ido a buscar, escondidos tras los matojos del agua, ocultos tras unas rocas, dentro de los edificios comunes, en los que algunos han podido atrincherarse. 69 muertos y 66 heridos en 73 minutos. Lo estás escribiendo y no te lo crees. Las imágenes espantan. Llamas a un especialista en perfiles criminológicos, ese que sabes que siempre te va a echar una mano, y en cuestión de minutos, y te hace uno de Breivik. Sigues sin creer que pueda haber gente así, a pesar de que los años haciendo sucesos te deberían haber curtido. ¡Pero este, tan salvaje!

Cuando estás escribiendo, siempre ves la historia, y sobre todo esta, desde la distancia. Hay que hacerlo así; si no, es demasiado perturbador. Pero después... Esa noche te vas a casa pensando en qué horrible tiene que ser intentar huir a nado de una isla y que el odio y la maldad hecha persona esté en la orilla, oteando, a la caza de su próxima víctima, disparando a tus compañeros de fuga, matándolos en el agua.

El juicio, meses después, nos descubre a un Breivik indescriptible. Él fue a Utoya con el objetivo de matarlos a todos. Se le mezclan demasiadas ideas políticas retorcidas con una existencia miserable y un narcisismo que le llevó a llorar el primer día del juicio contra él, pero no por las muertes, sino por el vídeo que subió a Youtube horas antes de la matanza, un compendio de sus ideas extremistas y terroristas. Un juicio para el que cuento con la complicidad de un compañero del Aftenposten, el segundo periódico más importante de Noruega, que desde Oslo me ayuda a adentrarme en el mundo judicial noruego y en el desarrollo de la vista oral.

Hoy hace cuatro años de cuando todo empezó. Y me acuerdo de las víctimas y de sus familias, y de estas nuevas Juventudes del Partido que este 2015, por primera vez después de la matanza, volverán a Utoya y retomarán su campamento de verano. También me acuerdo de esos comienzos de Teinteresa.es, de esa ilusión y ganas durante el tiempo que estuve allí, y de tantos y tantos buenos momentos vividos. ¡Gracias!

28 de junio de 2015

Lara

El otro día conocí a Lara. Pestañas enormes, muy morena de piel. Sonríe constantemente. Es feliz. Y lo observa todo con unos ojazos negros que te dan hasta hipo. Pero en realidad a quien me hubiera gustado conocer es a su madre. Y me pregunto qué le llevó a esta ¿niña, joven, mujer adulta? a llevar nueve meses a Lara en su tripa, a parirla y a darla en adopción. Hoy, cuando todo es tan fácil que lo fácil parece difícil, la madre de Lara decidió que le iba a dar una oportunidad a su niña.

Y llegó el primer hola y el último adiós en el paritorio, así, todo de seguido, sin tiempo a más. Firma de papeles, burocracia fría, renuncio a mi hija y se acabó lo que se daba. Y me dibujo una horrible historia de dolor y sufrimiento en esa madre que es generosa hasta el extremo para haber dejado que su hija haya crecido dentro de ella para que, ya fuera, tenga la vida que ha soñado para ella, y que, por alguna razón, no pasa por estar a su lado.

Y ahora Lara, que no llega al año de vida, va a volar hacia su casa definitiva, hacia unos padres adoptivos que, quiero creer, algún día le contarán que tuvo una madre que nunca pensó que ella fuese sólo un conglomerado de células, un ser vivo pero no humano. Quiero creer que estos padres le contarán a Lara que, como su madre era la que paría, su madre decidió: y quiso que naciera, porque supo que la vida de Lara era distinta a la suya, y merecía ser vivida.

1 de febrero de 2015

¿Sólo los de izquierdas son trabajadores?

Soy trabajadora... y no soy de izquierdas. Digo esto porque estoy hasta el moño de que los izquierdistas se adueñen de la palabra 'trabajador' como si en este país sólo trabajaran ellos. O como si sólo trabajaran los pobres. Pienso que hay ricos que también trabajan, y probablemente mucho. Porque no me imagino a los amancios ortega de turno sin dar un palo al agua. No me creo que sacar adelante un negocio sea cuestión de trabajar lo mínimo o de escurrir el bulto. Y menos, si de ti dependen personas.

Y que uno no sea de izquierdas no quiere decir que no se pueda llamar trabajador. Llevo currando desde los 20, durante muchos años como una negra (o china, que ahora ya...), y por cierto, sin haber llegado nunca, ni en sueños, a las nóminas de pabloiglesias-iñigoerrejon-juancarlosmonedero, que qué gracia me hace ahora lo de la casta, visto lo visto.


11 de enero de 2015

Charlie Hebdo y la libertad de expresión

La matanza en la revista Charlie Hebdo, después de un primer momento de impacto y horror, y solidaridad con los compañeros de profesión, me ha llevado a pasar unos días sumida en reflexiones sobre una de las señas de identidad del periodista: la libertad de expresión y el derecho a la información.

Cuando yo estudiaba, nos decían que el derecho a la intimidad estaba de las puertas del dormitorio hacia adentro. He experimentado que, cuando es el mismo protagonista el que abre él mismo las puertas de su alcoba para que todos entren, ahí ya no hay derecho que valga. Del derecho a la libertad de expresión y a la libertad de información (ojo, recalcando la palabra 'veraz'), nada se cuestionaba. Quedaban las explicaciones reducidas (o por lo menos yo no recuerdo más) a lo que recoge el artículo 20 de la Constitución Española:

Artículo 20
    1. Se reconocen y protegen los derechos:
        a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.
        [...] 
        d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades.
    2. El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa.
    3. [...]
    4. Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia.
    5. Sólo podrá acordarse el secuestro de publicaciones, grabaciones y otros medios de información en virtud de resolución judicial.
La realidad es que esto en papel queda bonito pero luego hay que ponerse en situaciones concretas y ver cómo se hace: si yo he sabido datos de una investigación policial pero ha convenido no informar de ello para no perjudicarla, me he callado (¿esto sería autocensura?); si omites nombres completos de víctimas para no añadir más dolor a la familia, ¿sería autocensura?, ¿estaría atentando contra el derecho a la información? Apuesto por que se emitan las imágenes del policía rematado en el suelo por los terroristas franceses; son pura información, pero también son durísimas, y entiendo a su hermano y la petición que ha hecho para que no se emitan más. Si fuera mi padre, también lo pediría. Pero es información pura, y pienso que hay que darlo.

Vaya lo primero de este párrafo que por supuesto nada en este mundo justifica una muerte (ojo, ni siquiera la de los malos), creo que no hay ni que explicarlo. Charlie Hebdo publica dibujos ofensivos, es evidente. Y no sólo por las imágenes de Mahoma, que a mí no me ofenden nada; también la religión cristiana ha sido objeto de sus mofas, y esto ya me gusta menos. ¿Deberían ellos mismos ponerse límites? ¿Debemos los periodistas tener límites? El respeto podría ser uno de ellos: respeto a las personas, sí, evidente. ¿Y a sus ideas? ¿Y a su religión?

¿Por qué yo no puedo decir abiertamente lo que pienso? Si pienso que mi jefe es un imbécil, ¿se lo digo a la cara? Lo normal es que no. ¿Por qué? Por respeto. Por educación. Porque me puede despedir. Si publico con detalle en qué se ha gastado cada directivo con tarjeta black de Bankia ese dinero, ¿estoy atentado contra su derecho al honor y a la intimidad? Seguramente, pero sin embargo la información es veraz y además de interés público.

Reconozco que este tema cada vez me genera más dudas. Me encanta que la gente pueda decir lo que le dé la gana, aunque pienso que no todo vale. No, no todo vale. Por eso, sigo reflexionando sobre la libertad de expresión y el derecho a la información.