8 de febrero de 2011

La caída

Tengo un terrible moratón en la rodilla. Me lo hice el domingo, subiendo a La Maliciosa. El día era espectacular, nada de frío (ni de calor) y mucho solecito. Pero las nieves caídas la semana pasada, y las bajas temperaturas de las noches, dejaban aún su rastro: el hielo. Ya llegando a la cumbre, el sendero se convertía, en algunas zonas, en una auténtica pista de luge. Y arriba, en la cara norte, había más hielo todavía. Y ahí fue donde yo, llegando a la cima, ansiosa por ver Madrid desde lo alto, me caí. Los brazos me duelen porque me agarré a dos rocas que había, una a cada lado, en una brillante demostración de que, a pesar de los años, continúo manteniendo firmes mis reflejos. Pero la rodilla se resintió. Aunque amortigüé parte del golpe con los brazos, la rodilla se hincó en el suelo helado. Y de ahí el moratón.

No soy de caerme mucho. Nunca he sido patosa ni he tropezado con mis propios pies mientras caminaba. Y, si alguna vez me he ido cuerpo a tierra, he procurado salvar la cara y lo que llevara en la mano. Como cuando, de muy pequeña, feliz con un helado de cucurucho en la mano, tropecé y caí de bruces. Eso sí, mantuve el brazo en alto, con el cucurucho cual antorcha de la Estatua de la Libertad, para que no se destrozara.

Y hablando de libertad, me pregunto por qué los chavales de la Universidad de Barcelona no pueden ir a rezar con tranquilidad a su capilla. A partir de mañana, accederán al recinto sagrado semi-escoltados por si les vuelven a agredir. No sé por qué me da que si la cosa hubiera sido contra musulmanes-mezquita habría salido todo el rojerío progresista de este país defendiendo sus derechos. Pero claro, como son catoliquillos-capilla, aquí paz y después gloria, como se suele decir. Expresión, por cierto, de tradición cristiana...

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